Está
remando (siento que estoy remando)
en
aguas turbias.
Va a
estar remando (que voy a estar remando)
por
décadas;
será
siempre un remo (que seré siempre un remo)
incansable
golpeando
incontables
veces
la
orilla del río
para
no abismar jamás
la
orilla opuesta.
No
será capaz de llegar (que no seré capaz)
hasta
sus propios talones (mis propios talones)
remando
sin conciencia
ni
rumbo.
Ella,
una forastera de toda tierra,
huella
latiendo sobre el agua,
una
boca ahogándose mil veces,
las
palmeras salvajes chocando entre sí
cuando
el pelo se le agita,
el
remo en su mano que tiembla (se estremece en un
agua sin curso)
Del
estero brotan
empantanadas lagunas.
empantanadas lagunas.
Mojan
día a día
la
sequedad de su lengua sola.
“Pudran
lentamente la carne aún viva
porque
si el remo no se cansa,
la
mano no se suelta,
qué quedará.”
Un
cuerpo flojo, triste, hurgando el saco de la vida.
“Hay
que matarlo
hay
que hundirlo en el fango
hasta
que su vida sea la hojarasca,
las
flores podridas de los árboles que
se
meten en las muescas de las zapatillas
con
las que pisan los recién brotados,
los
recién escupidos, el mundo”
Reflejo
del agua
en
la que hundirá el remo raquítico
cuando
no soporte ya su imagen de piedra.
Humedal
de flores
en
que encallará
si
la piedra no endurece.
Y
qué quedará
del
incansable goteo
que
la vive (que
me vive)
desde
cada ojo y cada poro.
La
gastan (que me
gastan)
sin
provecho alguno
sin
palabras que remen por ella (palabras ¿para mí?)
sin
el empuje para cada esfuerzo
de
hacer otra palabra
que
no genere movimientos.
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Quienes dejan brotar las palabras...