viernes, octubre 16, 2015

Remo en un humedal


Está remando                                   (siento que estoy remando)
en aguas turbias.
Va a estar remando                           (que voy a estar remando)
por décadas;
será siempre un remo                      (que seré siempre un remo)

incansable
golpeando
incontables veces
la orilla del río
para no abismar jamás
la orilla opuesta.

No será capaz de llegar                                (que no seré capaz)
hasta sus propios talones                           (mis propios talones)
remando sin conciencia
ni rumbo.

Ella, una forastera de toda tierra,
huella latiendo sobre el agua,
una boca ahogándose mil veces,
las palmeras salvajes chocando entre sí
cuando el pelo se le agita,
el remo en su mano que tiembla               (se estremece en un agua sin curso)

Del estero brotan
empantanadas lagunas.
Mojan día a día
la sequedad de su lengua sola.

“Pudran lentamente la carne aún viva
porque si el remo no se cansa,
la mano no se suelta,
qué quedará.”
Un cuerpo flojo, triste, hurgando el saco de la vida.

“Hay que matarlo
hay que hundirlo en el fango
hasta que su vida sea la hojarasca,
las flores podridas de los árboles que
se meten en las muescas de las zapatillas
con las que pisan los recién brotados,
los recién escupidos, el mundo”

Reflejo del agua
en la que hundirá el remo raquítico
cuando no soporte ya su imagen de piedra.
Humedal de flores
en que encallará
si la piedra no endurece.

Y qué quedará
del incansable goteo
que la vive                                                                   (que me vive)
desde cada ojo y cada poro.

La gastan                                                                   (que me gastan)
sin provecho alguno
sin palabras que remen por ella                         (palabras ¿para mí?)
sin el empuje para cada esfuerzo
de hacer otra palabra

que no genere movimientos.

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