martes, agosto 09, 2005

Inminencia

Todos se gritan, se apuran, se aprietan, se chocan, se estorban.
Todos como locos porque se les acaba el mundo;
ese infantiloide sitio de papel que atrás deje hace tiempo.
Yo no corro, no grito, no aprieto los dientes con fuerza porque de nada quiero huir.
Porque no lo necesito.
De cuantos nombres tendrás que aprender

para olvidarlos al segundo de nacer y darte cuenta que jamás fueron nada.
Cuantos minutos contarás como respiros o suspiros últimos
(aunque no son últimos, sino previos)
y te llorarán los dedos de tanto moverlos
porque uno, dos, tres cuatro y ochocientos cincuenta y cinco.
Cuentas sin sentido ni coherencia, porque al fin y al cabo,
¿qué es esa cosa enorme que se avecina de nombre grandilocuente y letras explosivas?
Es, al final, una utopía; triste utopía de los que huyen de algo

(no saben que son aún más presos) y tachan palitos listos para la sublevación.
Qué tanto escándalo si morirán a los 11 segundos.
Si se les agotarán las ideas y los motivos en esos 11 segundos.
Para ellos después no hay anda. Para ellos la vida no tiene otro sentido.
Mundo infantiloide de papel, ojitos sin sueños, su felicidad se agota en 11 breves segundos.
Y después lloran porque les sacaron su juguete.
Y después no toman la leche porque tiene nata.
Y después no entienden más lágrimas ni nada.
Todo porque su felicidad se agota en un breve sueño.

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