martes, septiembre 18, 2007

Por la espalda

Caminé por las calles desiertas, o casi desiertas, de una zona de chalets. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban pasar desde los garajes. Parecían preguntarse qué estaba haciendo yo allí. Si me hubieran abordado, me habría costado mucho contestarles. En efecto, nada justificaba mi presencia allí. Ni en ninguna otra parte. Tendría que haberlo pensado dos veces antes de subirme al avión la semana anterior, pero de mucho no hubiera servido. En Argentina ya no podía quedarme más tiempo. Y el resto del mundo no era un refugio para mí.
No tenía ningún sentido estar vagando por las calles de un barrio francés a esa hora de la mañana, la gente ya empezaba su día, su café, su oficina, su mercado, y el mío todavía no había terminado. Tampoco tenía sentido haberme quedado despierto toda la noche, esperando que Laura me llamara, para darme cuenta finalmente a las cinco que esperaba en vano. Ahora que yo ya no estaba en el país no tenía porqué comunicarse conmigo. ¿Podía ser capaz de esa crueldad? ¿Dejarme solo en una ciudad desconocida, con un idioma que no hablo y sin conocer a nadie más que al conserje del hotel? ¿Sería capaz…?
Caminando me había despejado un poco de esos pensamientos, pero seguía sin encontrarme cómodo en esas calles; aún me sentía un extranjero frente a los ojos de los franceses, aún conservaba mis costumbres callejeras de argentino, aún no había aprendido a contestar bonjour a quienes se mostraban más amables conmigo.
Saqué el último cigarrillo del paquete, hice un bollo con la caja y la solté en la calle, para luego patearla con fuerza hasta que cayera por el cordón de la vereda. Me detuve a prender el pucho y cuando levanté la vista me encontré con la mirada inquisidora de un hombre viejo detrás de las cortinas de una ventana. Quise hacerme el distraído pero cuando me di vuelta ya era tarde: el hombre había abierto la ventana y me estaba hablando.
Me di vuelta y precariamente le contesté “Je ne parle pas française”, pensando que con eso me lo sacaría de encima y podría volver al hotel a desayunar. Pero para mi sorpresa el hombre me contestó como si me conociera de toda la vida. “Qué me importa que no sepais hablar francés. Ve y coge el paquete de tabaco ése. Esta es una ciudad limpia, no queremos extranjeros ensuciándonos las calles.” Me quedé helado por su contestación, no sólo era la primera vez que alguien me hablaba en español, sino que encima me trataba de esa forma tan agresiva. Como si yo tuviera algo que ver con él…. Con tal de no causar problemas levanté la caja de los Malboro y la metí en mi bolsillo, mirándolo a los ojos y como retándolo a que me hablara de nuevo de esa manera.
Sin embargo, apenas me enderecé comprobé que aquel hombre no era sólo un viejo loco, no lo sería de allí en más. Ahora veía tras las cortinas el recto perfil de Laura, su sonrisa socarrona, su pelo corto, más corto que nunca, sus ojos oscuros atrapándome otra vez. “Hola” contestó con suavidad. “Va a ser mejor que entres, tenemos muchas cosas que hablar” Sorprendido todavía por verla allí, por la curiosa coincidencia (¿lo sería realmente?), pero aún así tratando de no perder la rigidez, recordando la situación en la que ella me había pedido que tomara el primer vuelo que encontrara, recordando que no habían quedado bien las cosas y que había esperado mas de una semana que me llamara para decirme qué carajo estaba haciendo yo en Francia. Ahora por fin tendría las respuestas.

O al menos eso creí antes de entrar y darme cuenta que allí dentro Laura era la única mujer entre diez personas desconocidas, todos con un gesto en la cara que me daba a entender que ni mi presencia allí ni ninguna otra cosa que pudieran decirme era una buena noticia. Bastó el beso traicionero de Laura para comprender que el siguiente paso sería un tiro por la espalda.

4 comentarios:

  1. Bueno.. un cambio de registro, una pequeña novela ¿está llena de simbolismo, o sencillamente hay que dejarse leerla? Enigmas de un hombre desubicado. Un disparo, la idea de un disparo. ¿Y si tu personaje se rebela como en una "nivola", y te reprocha su final? :) Lo tienes por ahí perdido, desorientado, nocturno, fumador, vulnerable... y ella, mientras, poderosa, moviendo los hilos.

    Me gusta mucho cómo cuentas, las frases fluyen y el relato avanza con una naturalidad fácil. Es una gran virtud.

    Un beso, Aye.

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  2. Aye... Me he quedado un poco a medias. Me iba atrapando tu relato y esperaba que continuara. ¿Habrá un siguiente capítulo?

    Besos.

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  3. Zooey:
    Desconozco si tras esta historia hay algún simbolismo; de una u otra manera debe haberlo, pero por lo pronto ha sido más un desafío que las ganas de decir algo específico. En cuanto a si se me va a rebelar el personaje y vendrá a exigirme una chance para aclarar el asunto, todavía no lo sé, pero algunas noches lo vi merodeando en las sombras de mis sueños, así que tal vez esté rondando por aquí, buscando el momento preciso para sorprenderme por la espalda y concluir esta historia.
    No sé, no sé, ya veremos =)

    Un beso grande!

    Henry J:
    mmmm, qué intriga...
    es acaso el dolor lo que más nos asusta de un tiro por la espalda?
    o es otra cosa la que nos hace caer en la cuenta, con terror, de que no hay forma posible de evitarlo?

    =)
    saludos!

    Dédalus:
    Qué gusto tenerte aquí.
    Me dejaste pensando con tu comentario, así como también Zooey con el suyo, acerca de qué puede haber pasado después. En un principio no había pensado en continuarlo, el primer párrafo (el que está en cursiva) no es mío, y éste era un trabajo para una entrega, por eso también la brevedad. Pero entre ustedes dos ahora me dejaron pensando, y si bien no quiero asegurarles nada, tengo la sensación de que, como le dije más arriba a Zooey, cualquiera de estos días mi personaje me sorprenderá por la espalda y será su turno de dar la revancha.
    Cuando eso ocurra no tengas la menor duda de que te voy a avisar. =)

    Gracias por sus comentarios!
    Besos!

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